
18-Marzo-2009
Número 20 - Año I - Agosto-2008
Por María Teresa Ronderos
Gabriel Puerta, el canciller
En veinte años Gabriel Puerta se ganó la confianza de los narcotraficantes y de los paramilitares colombianos. POR SEGUNDA VEZ en su vida, Gabriel Puerta está en el patíbulo. Hace 14 años, él y once amigos colaboraron con la justicia colombiana para que diera con el narcotraficante Pablo Escobar. Los llamaron “los Doce del Patíbulo”, por su temerario desafío a un Escobar paranoico que parecía dispuesto a matar hasta a su sombra. Ahora su supervivencia ya no está en juego. Pero sí su libertad. Puerta, de 63 años, aguarda en una cárcel de máxima seguridad -en Valledupar-, donde duerme sobre suelo mojado para mitigar los 40 grados de calor. Un avión de la DEA, la agencia antinarcóticos norteamericana, se lo llevará dentro de poco, junto a un puñado de compatriotas. Quizás, cuando este reportaje se publique él ya esté en una prisión del poderoso país del norte. ¿Quién me podría aceptar como jefe a control remoto?”, escribió en uno de los dos cuestionarios que me contestó desde la cárcel de Valledupar, en febrero pasado. (El gobierno no permite entrevistas personales.) Para capturar a Puerta en octubre del 2004, según aseguró un investigador del caso, el gobierno estadounidense habría pagado la mayor recompensa que jamás haya girado por un narcotraficante, cercana a los cinco millones de dólares (la embajada de ese país en Bogotá no confirmó ni negó el hecho). Fue tal su celo para que no escapara, que -como relató un testigo-, contraviniendo las normas que impiden a oficiales extranjeros realizar acciones policiales en territorio nacional, cinco agentes de la DEA se unieron a quince oficiales de la policía colombiana para atrapar a Puerta al filo de la medianoche, en una finca cercana a Bogotá. No encontraron resistencia, ni tampoco droga. Sólo una pistola en la mesa de noche y un cuchillo de cocina que ofreció la empleada doméstica cuando le preguntaron dónde estaban las armas. Puerta no es un Escobar, emperador del tráfico y del terror. Tampoco es un trofeo simbólico de un cártel desmantelado, como son los envejecidos Rodríguez Orejuela, extraditados a comienzos del 2005. Tampoco es uno de los señores de la guerra paramilitar, traficantes de droga y de armas. Sin control de rutas, ni ejércitos, ni territorios, ¿por qué tanto empeño de los gringos en llevárselo? LA SEÑORA de Puerta dice que está a dieta. Por la ansiedad ha engordado casi tantos kilos como los que su marido ha perdido en la cárcel. Nerviosa, saca carpetas de varias cajas en el comedor de su departamento. Para que no piense que lleva una vida lujosa, aclara que el Guayasamín que exhibe en la pared de la escalera es una copia. Las autoridades colombianas acusan a su marido de haber obtenido sus bienes con las ganancias de actividades ilícitas, y se los han incautado casi todos: dos haciendas que suman más de mil hectáreas, empresas agrícolas y mineras, y una oficina. El departamento donde vive la familia Puerta desde hace 18 años también entró en el proceso, pero por ahora se lo dejaron en custodia a la señora. En la biblioteca, donde nos sentamos a conversar, no parece faltar ninguno de los libros que se han publicado en los últimos años sobre narcotráfico y paramilitarismo en Colombia. Puerta nació en un pueblo pintoresco de Antioquia y fue criado en medio de la violencia política colombiana de los años 50. Probablemente conoció el mundo de los negocios clandestinos después de recibirse de abogado, cuando abrió sus casas de cambio en Cali. Era el momento en que el creciente narcotráfico necesitaba lavar sus rápidas fortunas. “La confianza que yo les inspiraba a los clientes hacía que depositaran sus dineros, para recuperarlos cambiados a la moneda requerida, muchas veces hasta dos y tres meses después. Adquirí desde entonces fama de hombre correcto y serio. Principio de todas mis intervenciones futuras en las autodefensas”, escribe Puerta. Ya separado de su primera esposa, se prendó de la gerente del banco donde tenía las cuentas de sus casas de cambio, y, a juzgar por las emotivas tarjetas que le envía desde la cárcel, sigue enamorado de ella veinticinco años después. En 1985 compró el 17 por ciento de la aerolínea Intercontinental de Aviación. Según las autoridades colombianas y estadounidenses, la empresa fue creada para camuflar viajes de droga a Estados Unidos y para lavar dinero a través de sus subsidiarias, algunas registradas en paraísos fiscales. Aseguran que Orlando Henao Montoya -fundador del Cártel del Norte del Valle- fue su socio principal. Puerta sostiene que la aerolínea nunca se usó para contrabandear droga. INVITADA POR LA SEÑORA de Puerta, subo a mirar el estudio donde trabajaba su marido. Allí me encuentro con colecciones de revistas de ganadería y libros como La geometría del cebú. Puerta compró su primera finca en 1979 y desde entonces invierte sus ganancias en el negocio de la ganadería, pero nunca fue un terrateniente convencional. Se obsesionó con mejorar la productividad ganadera del país y para ello importó desde Brasil razas tropicales de alto rendimiento en carne, leche o trabajo. Publicó varios artículos en revistas especializadas y decenas de universitarios visitaron sus fincas para aprender. Cada vez que podía, predicaba “una política acertada que nos ayude a vencer [en América Latina] la eterna humillación de ser los dueños del 75 por ciento del hato bovino mundial y producir, apenas, el 25 por ciento de la carne y la leche de la Tierra”. Al ser un reputado finquero en el Magdalena Medio, fue también uno de los gestores del paramilitarismo en Colombia, pues fue allí donde los hacendados se unieron por primera vez para combatir a la guerrilla. Puerta la había sufrido en carne propia: fue secuestrado dos veces por las FARC y obligado a pagar por su vida. En 1990, dieciséis bombas plantadas por las FARC estallaron en una de sus fincas y destruyeron la casa, las bodegas y la maquinaria agrícola. Al poco tiempo ocurrió su enfrentamiento con Escobar, que en ese entonces secuestraba a narcotraficantes y hacendados para financiar su vida de “fugitivo más buscado” por el gobierno colombiano. “El problema social creado por las acciones de Escobar y su aspiración política, sumado al empuje de la guerrilla y a la necesidad de suplir las deficiencias de seguridad inherentes al Estado, nos llevó a muchos, de distintas clases sociales y económicas, a enfrentar el reto de la guerra y de la descomposición social. El narcotráfico no era la meta, pero había que conocerlo a fondo para tratarlo, pues las FARC y las autodefensas comenzaban a nutrirse de esa fuente”, se justifica Puerta. En ese contexto, argumenta, no es extraño que la agencia antinarcóticos de Estados Unidos se fijara en él: “Sobre mí [los norteamericanos] hurgaron y encontraron. En atención del conflicto armado interno, los conocedores del tema fuimos requeridos, directa o indirectamente, para que aportáramos ideas, dinero y contactos. Los paras [paramilitares], allá por 1995, ya abandonados por los promotores, terratenientes, industriales, comerciantes y militares que encontraron difícil el financiamiento conocido de cuotas anuales, les entregaron de lleno la responsabilidad a los narcotraficantes. El paramilitarismo y la guerrilla ‘agarran’ el negocio de la coca cobrando impuestos de bodega y salida al mar, y de aeropuertos y, luego, el mercadeo redondo, por una necesidad de financiación que no encuentran suficiente en el secuestro. Políticos, industriales, gerentes gremiales, militares, ‘gentes de bien’, visitan a los unos y a los otros, y muchos de nosotros servimos de enlace y coordinación con los jefes. Unos siguen bien camuflados y otros, más arrojados o ingenuos, salvando vidas y evitando conflictos internos o solucionándolos, al descubierto, caímos fácilmente.” ES IMPOSIBLE no ver una estatuilla de un metro de Mahatma Gandhi en la entrada al estudio de Puerta. La trajo de la India, adonde viajó para estudiar las razas primigenias del cebú. Puerta se identifica con el líder pacifista hindú. En 1993 medió para solucionar un conflicto entre la Corriente de Renovación Socialista (CRS), una facción de la guerrilla castrista, y los narcotraficantes del sur de Colombia. La CRS acababa de firmar la paz con el gobierno y no quería más enfrentamientos con nadie. “Fue Gabriel Puerta el que convenció a los narcos de que estaban errados, y gracias a su gestión se salvaron decenas de vidas de hombres y mujeres que ya estaban en la paz”, dijo un testigo de los hechos. Alrededor de Puerta se escuchan decenas de historias de similar tenor: que concilió entre un narco y su transportista cuando hubo sospechas de trampa; que convenció a los paramilitares del Magdalena Medio de negociar con el gobierno; que les salvó la vida a políticos enemigos del jefe paramilitar Carlos Castaño, intercediendo ante él. Hasta la acusación oficial de la justicia estadounidense sostiene que es un “abogado y consejero que resolvió disputas internas de ese cártel [del Norte del Valle] y sus asociados con otros cárteles”. Alguien que lo conoce desde hace veinte años me dijo que Puerta nunca cobró un peso por esos favores. Pero el investigador policial matiza: “Ellos siempre terminan recibiendo regalos considerables -una finca, una plata- de los agradecidos beneficiarios de esas gestiones”. Cuando lo recluyeron en el pabellón de extraditables de la cárcel de Cómbita, a fines del 2004, Puerta lanzó una cruzada legal y una campaña de opinión pública contra la extradición de colombianos. Como castigo, el gobierno lo trasladó a la cárcel de Valledupar, a un pabellón especial para delincuentes peligrosos, donde permanece encerrado las 24 horas del día. Antes del traslado, recibió una carta de agradecimiento firmada por 102 extraditables de Cómbita, muchos de ellos enemigos entre sí: “Dejas entre tus compañeros de este presidio un recuerdo gratísimo, un vacío insondable, porque fuiste maestro sin par y protector celoso de tus discípulos, atentos siempre a tus directrices y dispuestos a tu consejo atinado Dios te bendice, Gabriel, porque eres íntegro, eres inmensamente humano, eres amigo y, como lo consignó Yupanqui, ‘un amigo es uno mismo en otra piel’”. A diferencia de los consiglieri de la mafia italiana que se ven en las películas, Puerta cree en la razón más que en las armas. Cuando lo capturaron, además de la pistola, le encontraron miles de documentos de reflexión sobre cómo buscarle una salida al narcotráfico. Está convencido de que la represión estatal del tráfico de drogas sólo sirve para enriquecer a los violentos y corromper a las clases dirigentes. Desde la cárcel escribe: “En Colombia se está cogiendo el toro por la cola, y no por los cuernos, en la lucha contra el narcotráfico. Creer que al terminar con este flagelo la guerrilla se someterá y el paramilitarismo terminará es un cuento de hadas. Primero, el narcotráfico no se acabará, pues 250 millones de habitantes de este planeta consumiendo no lo permitirán. Segundo, ése es un negocio que ya los venezolanos, argentinos, peruanos, brasileros, ecuatorianos y centroamericanos, especialmente mexicanos, realizan con mayor solvencia que Colombia. La mayor parte de las ganancias se quedan en México y en los países consumidores, que hoy suman a ellos mercados incipientes como los de India y China, y la insaciable Europa. ¡Qué horror! “¿Se acabará el fenómeno porque fumiguen, extraditen y encarcelen? No. “...Despenalizar la droga sería un paso trascendental, y atenuar su consumo con educación y salud pública es el remedio inicial.” CANCILLER E IDEÓLOGO del bajo mundo, Puerta no es ningún santo y lo sabe. Quizá como nadie, ha conocido la historia íntima de las guerras colombianas de los últimos años, y ha sobrevivido para contarla. Ahí puede estar la clave de por qué los estadounidenses han puesto tanto empeño en llevárselo. “Ya se acerca la hora de la partida”, me anuncia la señora Puerta en nuestra última conversación telefónica. Muy pronto su marido se calzará el overol naranja para convertirse en un reo más del sistema penitenciario estadounidense. 9
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