
17-Marzo-2009
Número 15 - Año I - Enero-2007
Por Rodrigo Lloret La otra lucha
La inmensa red de organizaciones y movimientos sociales progresistas que nacieron en los 90 para oponerse al ALCA deben reorientar sus estrategias en esta época de centroizquierda en latinoamérica. Gonzalo Berrón es un argentino que vive en São Paulo desde hace cinco años. Vino a estudiar una maestría de Ciencia Política en una universidad paulista y a trabajar como asesor internacional del partido de centroizquierda que gobernaba en la Argentina aliado a un presidente de derecha. Pensaba quedarse en Brasil un par de años, pero en el medio estalló la crisis argentina del 2001. De un saque Berrón perdió sus ingresos, sus contactos con el poder y sus ganas de volver. Entonces encontró su lugar aquí, en São Paulo, en estas oficinas donde me recibe, que nada tienen que envidiarle a la de una importante multinacional: monitores plasmas, conexión inalámbrica, pisos impecablemente alfombrados y muebles importados. Minimalismo con conciencia social y financiamiento europeo: así funciona la Alianza Social Continental, donde Berrón ocupa el cargo de coordinador de la Secretaría General. Y así da gusto luchar contra las desigualdades. Una semana antes, había volado a Bolivia para tener otra maratón de entrevistas: campesinos ecuatorianos, trabajadores uruguayos, ambientalistas chilenos y piqueteros argentinos querían saber cómo iba a organizarse la Cumbre Social por la Integración de los Pueblos en Cochabamba. Pero ya no protesta tanto. Y eso, de alguna manera, lo inquieta. “Hace unos años estábamos en lucha, nuestra estrategia era de confrontación directa y la movilización callejera. Así pudimos frenar el ALCA [Acuerdo de Libre Comercio de las Américas]. Pero lo que está pasando ahora es muy raro, muy novedoso, y nos obligó a cambiar nuestra cabeza. Fue muy difícil procesarlo. Qué querés que te diga, a veces me siento un poco confundido: ahora, del otro lado, sólo tenemos amigos.” Berrón no está solo, ya que forma parte de la inmensa red de organizaciones y movimientos sociales progresistas que nacieron en los 90 para oponerse al ALCA. En esos tiempos ningún gobernante, salvo Fidel Castro, se oponía al embate neoliberal. El lugar de la protesta sólo fue ocupado por los movimientos sociales, bajo la consigna de cambiar las políticas de integración y promover la justicia social. Pero la globalización ya no globaliza en América del Sur. El Tío Sam tiene las manos llenas con su aventura en Medio Oriente, y una ola de gobiernos progresistas baña la región. Los movimientos sociales parecen haber guardado sus armas para futuras batallas. Sus líderes juran que éstos son tiempos de paz, y que deben darles la mano a los “compañeros presidentes”. El mundo posible que soñaron hace unos años, dicen, está ahora un poco más cerca. Kjel Jakobsen fue secretario internacional de la Central Obrera Brasileña, y desde ese lugar gestó, junto a trabajadores, campesinos y otros dirigentes sociales de América Latina, la red de movimientos y organizaciones populares que le dirían “no” al ALCA. Tampoco es brasileño. Nació en Dinamarca y cruzó el Atlántico cuando tenía nueve años, porque su padre había decidido que era tiempo de mudarse a ese paraíso sudamericano que ofrecía buenas oportunidades y mejores garotas. Y para probar suerte sacó un conejo de la galera. En realidad fueron miles y miles de conejos que la familia Jakobsen empezó a criar para vender a los laboratorios. Si había compradores, no había problemas con los conejillos de Indias made in Brasil. Pero había años en los que no vendía ni uno. La fecundidad de los conejos motivó a Jakobsen, o, mejor dicho, lo desmotivó: decidió que no sería un campesino. “Yo sólo quería escaparme de la granja, y pedí trabajo en una fábrica de Campinhas. Fue ahí donde descubrí un mundo nuevo, con compañeros que hablaban de reivindicaciones sociales. Desde el primer día supe que ése era mi lugar.” Con el tiempo conoció a un tal Lula que estaba organizando, en São Paulo, un movimiento sindical con fuertes referentes en la izquierda marxista, lazos con la iglesia de base y los movimientos campesinos. Hoy Jakobsen dirige el Observatorio Social, un centro de investigación vinculado al sindicalismo. Pero su orgullo es el Programa Somos Mercosur. Somos Mercosur fue lanzado por el gobierno uruguayo a fines del 2005 con la intención de “inundar de ciudadanía el Mercosur”. La iniciativa permitió que en julio del 2006 representantes sindicales, de pequeñas y medianas empresas, cooperativas, campesinos, organizaciones ambientalistas, de género, de juventud y otras no gubernamentales, participaran en una Cumbre del Mercosur. Por primera vez en la historia del bloque, más de 500 representantes sociales se reunieron junto a los presidentes en el “1er Encuentro por un Mercosur Productivo y Social” que se organizó en Córdoba, Argentina. El éxito fue tan grande que el gobierno de Brasil se dispuso a preparar una nueva Cumbre Social del Mercosur para celebrarla en Brasilia. “No quedan dudas de que ahora tenemos mucha más participación social. El Somos Mercosur ha creado un espacio muy importante para las organizaciones de la sociedad civil de la región”, aplaude Jakobsen. “Pero esa voluntad política choca con el modelo decisorio del bloque, que es muy centralizado, y donde todo tiene que ser decidido por los presidentes. Si no se cambia ese esquema, vamos a tener más fracasos que aciertos”, advierte. Los primeros pasos para la apertura social de la región habían sido dados hace veinte años, cuando la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur (CCSCS) reunió a los obreros de Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay para que unificaran sus estrategias frente a los patrones regionales. Su trabajo fue el que posibilitó la creación de espacios dentro del Mercosur para los que habían quedado fuera del triángulo que tomaría las decisiones: multinacionales, burocracias y presidentes. En ese orden. dice, y se queda sonriendo. Pero es difícil verle la cara: en el sindicato de electricidad de São Paulo no hay mucha luz. ―¿No tienen miedo de ser cooptados por los gobiernos? ―No, porque todo tiene un límite. En los 90 había muchos sindicalistas alineados con los gobiernos neoliberales, y eso no puede volver a pasar. No nos vamos a quedar callados cuando se equivoquen, porque nosotros somos trabajadores y ellos presidentes. ―¿No les gusta la promiscuidad? ―No, no ―lanza una carcajada―, tenemos que cuidarnos de las enfermedades sexuales. Sérgio Haddad no se ríe. Es serio, formal y circunspecto. Se toma tiempo para hablar, como si eligiera cada una de las palabras que va a utilizar. Fue docente, y se le nota. Empezó a vincularse con organizaciones sociales cuando era un joven maestro de adultos. “Estamos frente a un movimiento de cambio de sectores neoliberales a sectores progresistas de centroizquierda. Es una novedad que no debemos dejar pasar, pero también sabemos que esta oportunidad se puede convertir en una decepción si la dimensión de las demandas sociales no es atendida.” Junto a otros movimientos sociales, fueron los encargados de organizar el Foro Social Mundial de Porto Alegre, que nació como alternativa al Foro Económico Mundial de Davos. Movimientos sociales de un lado y poder financiero del otro. Haddad acaba de llegar de Parma, donde estuvo reunido con los representantes de las 70 organizaciones de todo el mundo que conforman el Consejo Internacional del Foro Social Mundial. El año próximo se reunirán otra vez en Nairobi. “En ningún lado se está dando tanta sintonía entre gobiernos y sociedad como en América latina. Ahora son más fáciles el diálogo y la participación, y esto abre posibilidades efectivas de modificar el proceso de concentración de la riqueza. Pero el riesgo de nuestros países es la muerte de la sociedad civil, porque los gobiernos pasan pero las demandas quedan.” El Movimiento Sin Tierra (MST) de Brasil es, sin duda, uno de los movimientos sociales más importantes de Latinoamérica. Y en São Paulo los Sin Tierra tienen casa. Es una pequeña casona, instalada en los suburbios paulistas. “Por un Brasil sin latifundios”, se lee en un cartel colgado en un amplio patio protegido del sol por una parra. En el sótano funcionan un centro de publicaciones provisto de fotocopiadoras y un pequeño cuarto para merchandising. Postales, remeras, prendedores y hasta murales de los Sin Tierra pueden comprarse con muy pocos reales. Suvenires anticapitalistas, para consumir sin culpas. Delvek Mateus es coordinador nacional del MST. Es hijo de pequeños agricultores que producían maíz en el estado de Paraná. Se convirtió en un Sin Tierra en 1984, cuando cumplió veinte años: ante la desesperación de no encontrar un espacio propio para cultivar, decidió participar de un asentamiento en São Paulo. “Esa noche tuve sentimientos de conquista, y una gran sensación de esperanza por participar con mis compañeros en la lucha del cambio social y la reforma agraria.” ―¿Y ahora cómo sigue la lucha social? ―Es difícil, porque no se han producido las reformas que se precisan. Esperábamos más de este presidente. ―¿Cómo es la relación entre Lula da Silva y el MST? ―De amor y odio. Depende del momento. ―¿Y en este momento? ―Nosotros tenemos diálogo, pero el gobierno responde muy poco a ese diálogo. Pero sabemos que es un gobierno popular y nosotros tenemos que apoyar a los gobiernos populares. Mateus es el responsable de organizar los nuevos asentamientos y los cursos de capacitación política y técnica que se dictan para los militantes, que cada vez son más. En estas dos décadas, el MST logró que 370.000 familias encontraran tierra para vivir. “Vemos con mucha esperanza la integración de los movimientos sociales, los pueblos y los campesinos de América del Sur. Aunque falta mucho para alcanzarla. La lucha no ha terminado.” Pero la entrevista sí: Mateus tiene que viajar a Guaraná, a unos 40 kilómetros de São Paulo, donde el MST tiene una escuela de formación de cuadros. Allí lo espera un centenar de dirigentes de todo el país para discutir el futuro del movimiento.
En Venezuela la lucha también continúa. Pero aquí es entre chavistas y antichavistas. Jacobo Torres es de los primeros, y no quiere que queden dudas. “Estamos convencidos del proceso revolucionario que estamos construyendo, más allá de las complicaciones. Porque a diferencia de otras revoluciones, que fueron a plomo limpio y sustituyendo unos cuadros por otros, la nuestra es más larga porque es pacífica, hasta donde nos dejen, y democrática en su esencia”, dice, y atiende uno de los tres celulares que tiene colgados en su cintura. Pero la ambivalencia no le molesta; al contrario, le divierte: “Cuando nos acusan de ser oficialistas, yo me río porque éste es nuestro gobierno, pertenecemos a esta revolución”. Tiene 43 años, 31 de militancia, y unos cuantos vinculado al movimiento armado venezolano. “Soy la tercera generación de comunistas. En mi familia somos todos guerrinchas”, aclara mirando fijo. Ahora puede hacerlo, pero hace unos años tenía que usar gruesos anteojos, y cuando entraba la tarde, ya no veía nada. Fue en Cuba donde encontró su salvación. Cuando Hugo Chávez y su amigo Fidel Castro firmaron los primeros acuerdos de cooperación, Torres viajó a La Habana para someterse a una intervención quirúrgica que le devolvería la vista. De regreso, el funcionario/dirigente social se puso al frente de la Fuerza Bolivariana de Trabajadores que organizó la última versión del Foro Social Mundial, a principios de año, en Caracas. “Había mucho temor en algunas organizaciones sociales, porque pensaban que sería un foro chavista, pero respetamos la regla de oro: fue un espacio de los movimientos sociales. Y fue todo un éxito, con más de 90.000 personas que participaron en 1.800 actividades”, cuenta, antes de volver a contestar otro de sus celulares. Es un hombre ocupado, Jacobo, siempre contesta el llamado de la revolución. ―¿Qué pensaba Chávez sobre la realización del Foro Social en Caracas? ―Mira, una vez nos reunió y nos preguntó si tenía vigencia el Foro. Nuestros compañeros se quedaron duros, pero tenía razón en esa inquietud. Porque ya existen grandes cambios en el mundo y algunos movimientos sociales todavía apuestan a la resistencia, pero nosotros creemos que estamos dando un brinco cualitativo, y los movimientos sociales ahora tienen que estar a la ofensiva. Edgardo Lander también es chavista. Pero no tanto. Es sociólogo, investigador del Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y docente de la Universidad Central de Caracas. Hace unos años formó parte del grupo de intelectuales que representó la postura de Venezuela en las negociaciones del ALCA. Pero esos antecedentes no le impiden guardar cierta distancia cuando analiza la relación entre el gobierno y los movimientos sociales venezolanos. “Estamos frente a la construcción de sujetos autónomos y de una nueva ciudadanía, pero también dentro de una política clientelar promovida por el Estado. Nos encontramos en un proceso sistemático de colonización de la sociedad desde un gobierno que maneja muchos recursos y establece relaciones verticales, y también frente a una etapa de organización popular de sectores que se apropian de lo público para iniciar su participación en la toma de decisiones. Por suerte, la realidad venezolana es muy dinámica.” Su padre también fue docente de la universidad caraqueña y tuvo que exiliarse durante la dictadura de Carlos Pérez Jiménez. México, Montreal y Boston fueron los lugares en los que el pequeño Lander empezó a mamar del ambiente ideologizado de las familias que son obligadas a dejar sus países por persecuciones políticas. Ahora vive sobre una colina, en la urbanización El Pedregal de Caracas. Es un barrio de clase alta, muy cifrino, como dirían los venezolanos. Todas son grandes casas que no tienen numeración: se distinguen por sus nombres. La de Lander es La Castellana. “Con la debacle de los partidos tradicionales venezolanos, en los 80 se empieza a hablar de democracia de ciudadanos, pero estos ‘ciudadanos’ provenían de sectores medios altos. Esto es lo que aquí se interpreta como ‘sociedad civil’. Mientras que los sectores populares no tienen ningún interés en reivindicar para sí ese concepto”, dice, y ofrece un “negrito”, un café venezolano muy, pero muy, fuerte. ―¿Cómo fue eso de ser delegado oficial en las negociaciones del ALCA? ―Fue muy interesante, porque pudimos cambiar algunas cosas. Como todos los gobiernos estaban a favor del ALCA y las negociaciones eran privadas, nosotros empezamos a coordinar con la Alianza Social Continental la divulgación de la información de los borradores. Ahí empezó la conexión entre el sector público venezolano y las organizaciones sociales. ―Con un presidente revolucionario y antiimperialista como Chávez, ¿qué les queda a los movimientos sociales? ―No mucho, porque las organizaciones venezolanas que están contra el Tratado de Libre Comercio sienten que sus posturas están representadas por el presidente. Los principales activistas que han tenido que ver con el freno al ALCA hoy están, de alguna u otra forma, vinculados con el gobierno. El Programa Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos (Provea) es una organización no gubernamental que nació en 1989. Se especializa en derechos económicos, sociales y culturales, y participó en la organización del Movimiento No al ALCA y en el Foro Social Mundial de Caracas. Pero no tiene vínculos con el presidente bolivariano. “En Venezuela tuvimos mucha inversión en materia de vivienda de corte social, pero también muchas denuncias de corrupción, desvíos de fondos. Aunque, por otro lado, también vemos marchas de campesinos, de cooperativas, de mujeres, que se están organizando para reclamar, y eso se ha dado en este proceso”, explica Mariela Rodríguez, directora del Programa de Exigibilidad y Justicia. ―¿Chávez amplió la participación social? ―Hay muchos más espacios que antes. Tenemos que valorar que la gente se preocupe de recuperar el barrio, de conocer sus derechos y de hacerlos valer. ―¿Pero? ―Pero tenemos mucho temor de la intención del gobierno de controlar el financiamiento de las organizaciones no gubernamentales. Es cierto que hay algunas que se disfrazan de organización social para hacer política desde la oposición, pero también existen otras que trabajamos por los derechos sociales de la población. Julio Fermín es el presidente del Equipo de Formación e Información y Publicación (EFIP), una organización que trabaja sobre economía solidaria desde hace treinta años. “Será mejor que nos reunamos en el Caracas Hilton; después de las seis de la tarde ya es peligrosa la ciudad”, advierte. Cinco estrellas son más seguras cuando hay que hablar de pobreza. Porque el chavismo llegó al poder sin estructura y tuvo que recurrir al pueblo para gestionar. Eso es bueno, aunque también presenta un problema serio de autonomía, que antes se daba con los partidos y ahora llega directamente desde el Estado”, explica en medio de turistas estadounidenses que quieren saber si hay tiburones en el mar Caribe. ―¿Cuál es la novedad, entonces? ―Que el chavismo fortalece la ciudadanización. Ahora hasta un taxista guarda en su guantera la Constitución Nacional. Y lo más novedoso es que, cuando se produjo el golpe de Estado de 2002, una parte del ejército y la población entera se movilizaron para que les devolvieran a su presidente. ¿Dónde has visto que pase eso, en América Latina? En la Argentina eso no pasa. O pasa al revés. Por lo menos, es lo que sucedió en medio de la profunda crisis de hace unos años, cuando la gente pidió a gritos “que se vayan todos”. Y cinco presidentes se fueron en una semana. Magali Urquidi viajó desde Bolivia para participar en un seminario organizado por los integrantes del Capítulo Argentino del Foro Social Mundial. Representa al Movimiento Boliviano por la Soberanía y la Integración de los Pueblos Contra el ALCA y el TLC. “Antes éramos el Movimiento contra el ALCA y el TLC, pero, con la intención de ya no ser sólo negativos, cambiamos a este otro nombre para estudiar propuestas que puedan cambiar el modelo neoliberal”, explica sentada en las mismas aulas donde se forman los futuros diplomáticos argentinos. Estudió en un colegio de monjas alemanas, y se hizo activista porque no podía soportar las diferencias sociales de su país. Todo empezó con la Guerra del Agua de Cochabamba, iniciada cuando unos campesinos fueron obligados a pagar por el agua que consumían. Justo ellos, que dicen que el que no da agua a su vecino va a penar mil años o va a morir de sed. Una empresa de Estados Unidos no creía mucho en esa tradición y decidió invertir en la zona. Hasta que los que nunca protestaban se cansaron de no protestar: miles y miles de bolivianos se unieron para salir a la calle y frenar la privatización. “La gente empezó a darse cuenta de lo que significaban la transnacionalización, la privatización y la pérdida de nuestros recursos naturales. El ALCA mostró su rostro y nunca más fue bien visto en Bolivia.” ―Evo Morales es hijo de los movimientos sociales. ¿Ahora por qué pelean? ―Queremos seguir con la resistencia al ALCA, al Banco Mundial y al FMI. Aunque las cosas cambiaron, ahora tenemos un presidente indígena. Pero todavía falta: son veinte años de modelo neoliberal y tan sólo uno de un nuevo gobierno. Urquidi forma parte del Comité Organizador de la Cumbre Social por la Integración de los Pueblos. “Queremos una integración social de los pueblos y sabemos que podemos lograrla. Pero tenemos que seguir atentos, porque es cierto que los gobiernos han cambiado su discurso y hoy acceden a todo lo que exigen los movimientos sociales, pero todo eso puede quedar en palabras.” Silvia Ferreira también estuvo en el seminario con los diplomáticos. Es argentina, tiene unos treinta años y la mitad de militante social. Del movimiento estudiantil llegó al partido de izquierda Patria Libre, y de ahí al movimiento piquetero Barrios de Pie, que organizó el descontento de los desocupados argentinos y le dio forma a una nueva versión de una vieja forma de protestar: el piquete. Como no tenían trabajo, no podían hacer huelgas, y entonces se cortaban calles. Hasta que llegó un presidente de centroizquierda, Néstor Kirchner, y se cortaron los cortes. involucrarnos en este gobierno porque nos parecía que interpreta y encarna los reclamos de los movimientos sociales desde una perspectiva de cambio”, explica Ferreira, que ahora trabaja en la Cancillería argentina como asesora de la Subsecretaría de Asuntos Latinoamericanos. “Es un orgullo estar acá, porque sabemos que podemos ayudar mucho a los movimiento sociales. Aunque algunos te hacen sentir un funcionario de segunda porque venís de la militancia social”, cuenta desde el piso 10 del Ministerio de Relaciones Exteriores. Su cabello enrulado no para de moverse cuando empieza a hablar. Y cuando toma la palabra, no la suelta. Es de largo aliento, Ferreira. Y de mucha convicción. “Tenemos que apoyar a este gobierno, porque es un gobierno en disputa: va hacia la transición, hacia un modelo alternativo, y necesita la fortaleza de los movimientos sociales para poder enderezar el rumbo, para poder romper con el neoliberalismo, y para que en ese camino no triunfen las expresiones de la vieja política que también se incorporan al oficialismo.” Su organización fue una de las que iniciaron la campaña contra el ALCA en la Argentina, junto a otros movimientos sociales como el Jubileo 2000, del Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, las cooperativas y los trabajadores. Ese núcleo es el que daría vida a la Cumbre de los Pueblos de Mar del Plata, que dejó en terapia intensiva al ALCA en el 2005. “Nosotros ya percibíamos que había un cambio: una cumbre con Kirchner, Lula, Chávez y Tabaré era muy distinta a todas las que habíamos tenido antes. Porque estos presidentes retoman muchas de nuestras consignas y tenemos que apoyarlos.” ―¿Se acabó la lucha? ―Durante décadas hemos estado alejados del gobierno, estábamos en la vereda del frente. Pero ahora hay que asumirse con capacidad de gestionar y de tener posibilidades de generar alternativas. Antes había que plantar una bandera para demostrar que había una resistencia, pero ahora se abrió una posibilidad para que América Latina tenga un modelo de desarrollo alternativo al neoliberal, y los movimientos sociales tenemos que dar esa discusión desde adentro. ―Pero ya no protestan. ―Preferimos decir que estamos yendo de la protesta a la propuesta. 19
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