
16-Marzo-2009
Número 4 - Año I - Julio-2004
Por Martín Sivak Venezuela vs. Venezuela
Dos países miden fuerzas en un referendo que decidirá el futuro de Chávez. Los ultrachavistas y los ultraantichavistas juran que no se va a decidir nada, porque la batalla recién empieza. Retacón y ansioso, Alfredo Peña es el alcalde metropolitano de Caracas. Mejor dicho, es uno de los cinco que tiene la capital de la República Bolivariana A cien metros de ahí, en el otro extremo de la plaza, atiende Freddy Bernal, el alcalde del municipio El Libertador, uno de los favoritos de Chávez. Bernal es un ex policía petiso y musculoso. A la prensa opositora le gusta subrayar sus flancos débiles en cultura general. El despacho de Bernal es sombrío, ya que las cortinas permanecen cerradas buena parte del día. “No las podemos abrir, por los francotiradores de Peña”, aclara el ex policía, y pide que le hagamos la entrevista fuera del ángulo de tiro. Peña -replica sin vacilar. -Pero yo vengo de ahí y no vi nada. -Habrán ido a almorzar. ÉSE ES el tono de la disputa en Venezuela entre los políticos profesionales del oficialismo y los de la oposición, cuando faltan pocas semanas para el plebiscito que definirá la permanencia o no de Chávez en el Palacio de Miraflores. En ciertos momentos parece la antesala de una guerra civil. En otros, da la impresión de que se impondrán el acuerdo, las elecciones limpias y el buen humor. Así es la cosa en Caracas: las familias, los barrios, los edificios y hasta algunos perros están alineados según su adhesión o rechazo al presidente. En una de las dos vías peatonales que desembocan en la Plaza Bolívar, Félix Rodríguez, pintor desde hace cuarenta años, me explica por qué en una de sus acuarelas prochavistas, que vende a 400 dólares, dibujó a una perra oficialista: “Le pusimos el nombre de Canela. La llevamos a todas las marchas y la vestimos de rojo. Es el animal más chavista de toda Venezuela. Ellos, en cambio, no tienen mascota”.
El “ellos y nosotros” es una novedad para Venezuela. Desde 1958, y por cuarenta años, dos grandes partidos -el socialdemócrata Acción Democrática y el democratacristiano COPEI- se alternaron sin conflicto aparente en el poder. Este sistema, llamado “pacto del punto fijo”, era venerado por casi todo el resto de los países de América del Sur, donde la alternancia se daba más bien entre civiles y militares más o menos sanguinarios. Supuestamente, los venezolanos vivían en armonía. Pero esa armonía encubría profundos conflictos, como quedó bien claro el 27 y 28 de febrero de 1989: miles de personas salieron a las calles a protestar contra un paquete de medidas de ajuste anunciadas por el presidente Carlos Andrés Pérez, y contra el inédito aumento del precio del transporte público. Lo llamaron “el Caracazo”. Durante las marchas, la represión, los enfren-tamientos y los saqueos murieron al menos trescientas personas. El Caracazo expresó también el descontento ante la corrupción, la mala administración de la riqueza generada por el petróleo y la liviandad con que conducían el país los “adecos” y los “copeyanos” (así llaman a los dirigentes y partidarios de la Acción Democrática y del COPEI).
Como tantas otras veces, del caos y la decepción surgió un líder providencial. En 1992, el teniente coronel Hugo Chávez, responsable de la Brigada Paracaidista Coronel Antonio Briceño, lideró a un sector de las Fuerzas Armadas en un intento de golpe de estado -el primero en treinta y cuatro años- al que bautizó como “Operación Ezequiel Zamora”, en honor a uno de los líderes de la llamada Guerra Federal, que duró de 1859 a 1863. El intento fracasó y Chávez fue a prisión. Pero la cárcel sólo aumentó su popularidad, mientras que la de Pérez caía en picada, arrastrando a toda la clase política. Un año después, en un hecho prácticamente inédito en América Latina, Pérez fue destituido en democracia -sin participación directa de las Fuerzas Armadas-, por malversación de fondos públicos. Chávez recuperó la libertad y no tardó en lanzar su candidatura presidencial. Fundó el Movimiento V República y adoptó a Simón Bolívar como padre político. En diciembre de 1999 ganó las elecciones con el 56,5 por ciento de los votos, imponiéndose sobre Henrique Salas Romer, uno de los actuales dirigentes de la oposición.
Al asumir, el presidente cambió la Constitución y el nombre del país (insertó la palabra “Bolivariana” entre “República” y “de Venezuela”), y le dio voz y pertenencia a buena parte de aquellos venezolanos que por décadas habían sido ignorados. Pedro Carmona, con el decidido apoyo de los grandes medios privados de comu-nicación de Venezuela, todos ellos antichavistas furiosos. Tanto el gobierno estadounidense de George W. Bush como el del conservador español José María Aznar se abstuvieron de condenar un golpe de estado que la oposición venezolana, en su mayoría, declaraba apoyar. Pero Chávez volvió a instalarse en el sillón presidencial, y hoy conviven en la alianza opositora -la Coordinadora Democrática- derechistas, izquier-distas y la gente de los partidos tradicionales. Conforman una fuerza heterogénea que incluye a catorce partidos y treinta y seis Organizaciones No Gubernamentales. Sus líderes acusan a Chávez de autoritario, de mesiánico, de corrupto, y -algo indesmentible- de haber dividido al país. Después del golpe fallido, la ofensiva para terminar con Chávez se intensificó: la huelga general convocada por la oposición se extendió a lo largo de los últimos meses del 2002 y los primeros del 2003. Las marchas opositoras se sucedían, una tras otra, y no pocas terminaron en violentos enfrentamientos entre chavistas y antichavistas. El siguiente paso fue la junta de firmas para pedir un plebiscito revocatorio. En abril del 2004, el Consejo Nacional Electoral invalidó casi un millón de las firmas reunidas, y exigió su revalidación para poder convocar al plebiscito. La mitad más moderada de la oposición -la hegemonizada por los partidos tradicionales, los sindicatos y los menos radicalizados- aceptó la decisión, mientras que la mitad dominada por los nuevos partidos, que enarbolan un fuerte discurso antipolítico, propuso desconocer el dictamen del Consejo. Ganó la primera opción, las firmas fueron revalidadas, y en la primera semana de mayo se anunció el plebiscito para el próximo 15 de agosto. Ese día los antichavistas deberán obtener la misma cantidad de votos que consiguió el oficialismo en la última elección: 3,8 millones de votos. Si lo logran, el gobierno debería convocar a una elección general antes de treinta días, aunque no se sabe aún si el actual presidente podrá presentarse, ya que al respecto existe un vacío legal. Si no consiguen esos votos, Chávez se quedará por lo menos hasta el 2006 e irá por su reelección. Los principales diarios del mundo interpretaron esta convocatoria al referendo como una derrota para Chávez. Pero no parece tan sencillo. También podría pensarse que si el gobierno destrabó su realización, es porque el presidente se encuentra en un buen momento. La economía crece al ocho por ciento, el barril de petróleo -principal recurso económico del país- continúa a un precio internacional muy alto, cercano a los 40 dólares, y el 1 de mayo se decretó un aumento salarial del 30 por ciento. En la oposición, mientras tanto, no pueden encontrar todavía al candidato único para la eventual elección presidencial. La disputa entre antichavistas y chavistas ha parido, entre otras cosas, a grupos aún más radicalizados que no consideran que esta contienda electoral sea la batalla definitiva. Por un lado están los militares golpistas de la Plaza Altamira; por el otro, los Tupamaros venezolanos, una suerte de milicia del oficialismo. Lo que todos ellos ven, en el futuro inmediato, es un golpe de estado, un magnicidio, o bien una guerra civil. La disputa también ha parido el fenómeno de los “ni-nis”, un creciente grupo de ciudadanos que no está ni con Chávez ni con la oposición, y que podría funcionar como contrapeso de la creciente polarización. Pero a este grupo independiente el plebiscito le juega en contra, porque los comicios exigen definirse a favor de Chávez o en contra de él. LA PREHISTORIA de este plebiscito empezó con las ansias adolescentes de Chávez por batear: entró al ejército porque era la única posibilidad de jugar al béisbol, y se quedó para siempre. Algo parecido pasó con su carrera política. En una reciente entrevista, le pregunté por qué alguna vez dijo que se quedará en la presidencia hasta el 2013. “¿Por qué?”, retrucó Chávez, sorprendido: “Bueno, no es que yo quiera. Siento que es una obligación. Además, es una posibilidad que está en la Constitución. Tenemos que trabajar muy duro hasta el 2006. Estamos haciendo el piso, y hay que construir las paredes de la nueva casa, de la nueva patria. Entonces, vendrán seis años más y entregaré el poder en el 2013. Ahí, Dios sabrá, pero yo no tengo una obsesión de ser presidente. Ya te lo he dicho: soy un soldado y un servidor público”. Sintiéndose muy a gusto en la confrontación, Chávez ha construido dos enemigos: uno externo y otro interno. El externo es el gobierno de los Estados Unidos. “Mi verdadero rival en el referendo es George W. Bush”, dijo el 12 de junio pasado. Chávez ha denunciado varias veces que el gobierno estadounidense participó en el golpe del 2002, y que ha tratado de desestabilizarlo desde aquellos días de abril. El enemigo interno es la oposición, que -según Chávez- está financiada por Washington. En las últimas semanas, personalizó la disputa en el empresario Gustavo Cisneros: el enemigo perfecto. Fue en Aló, presidente, programa de televisión dominical que el propio mandatario conduce en distintos pueblos y ciudades de Venezuela. El domingo 2 de mayo le tocó a Tazón, a unos cuarenta kilómetros de Caracas. Esa mañana, Chávez le declaró la guerra comunicacional a la CNN. Una y otra vez nombró a Cisneros y su Venevisón, el canal televisivo más visto de Venezuela: “Cisneros sigue con la idea de atropellar al país. Él es un golpista de abril, él estuvo detrás del poder, tuvo presidentes títeres. Pero Chávez no es títere de nadie. Pierde usted su tiempo, caballero. A mí me gusta la batalla. Aló, presidente puede batallar contra CNN o Venevisión”. En el bloque siguiente, volvió a hablar de su gran enemigo: “Cisneros, como las televisoras privadas y los periódicos grandes, no quiere pagar impuestos”. Días después, la diputada chavista Iris “Fosforito” Varela pidió que se les anulase la ciudadanía a Cisneros y a un grupo de periodistas opositores, por su “actitud antipatriota”. Fue la misma semana en que la policía venezolana detuvo a 114 civiles y tres militares en actividad, bajo la acusación de mantener vínculos con grupos paramilitares colombianos que, a su vez, estarían planeando acciones de desestabilización que incluirían el asesinato de Chávez. El gobierno suele denunciar conspiraciones de este tipo.
GUSTAVO CISNEROS es el hombre más rico de Venezuela y el tercero más rico de América Latina. Según la revista Forbes, su familia tiene 4.600 millones de dólares y 72 empresas en ochenta países. hecha a la medida de Carmona. “Tiene un cierre mágico”, precisó Chávez, dando a entender que la banda estaba hecha a la medida de Cisneros. El empresario niega todo interés en ser presidente: “Siempre pensé que la persona indicada para cualquier lapso de transición debería provenir de los sectores populares”, ha dicho. En los últimos meses, Cisneros ha recorrido varios países para presentar su muy autorizada biografía, escrita por el periodista Pablo Bachelet: Gustavo Cisneros. Un empresario global. En Buenos Aires, sus asesores de prensa interrumpieron una entrevista porque le estaban preguntando demasiado sobre la situación política de Venezuela. Cisneros prefiere que lo entrevisten los periodistas de sus propios canales. Y que los comentarios sobre su vida los hagan sus amigos. En el prólogo de su panegírico, el escritor Carlos Fuentes le hizo el siguiente regalo: “Electo como Hitler, histriónico como Mussolini, populista como Perón, Chávez ha desatado una marea de divisiones, regresiones económicas y espejismos sociales que podrían ser contagiosos [...]. Gustavo se ubica en el centro democrático y sufre por ello los ataques, las calumnias y demás balística del sótano chavista”. Dos grandes escritores latinoamericanos -que están a la par de Fuentes en notoriedad y ganancias- me dieron dos cifras distintas sobre lo que cobró el novelista mexicano por ese prólogo. Uno dijo que cien mil dólares; el otro, 250 mil. Cisneros es un buen pagador. Antes de aterrizar en Caracas, pedí una entrevista con el vicepresidente del Cisneros Group, Carlos Bardasano. Ésta fue su respuesta vía correo electrónico: “Apreciado Martín: con mucho gusto te puedo dar la información que solicites sobre la situación en Venezuela. Igualmente déjame saber en qué hotel te vas a hospedar. Saludos”. Le contesté que en el Altamira Suites, punto de referencia del antichavismo. Pensé que le resultaría tranquilizador. (Por razones de equilibrio periodístico, dividí mi estancia en Caracas entre el lujoso Altamira Suites y el modesto El Conde, donde buena parte de los parlamentarios oficialistas fija su residencia de martes a jueves, y adonde los opositores no se pueden acercar sin que les lluevan frutas y verduras.) El martes 27 de abril, a las seis de la tarde, entré a la oficina de Bardasano. Cubano y residente en Miami, la mano derecha de Cisneros tiene un ligero parecido con George Clooney. Usa dos celulares y un pager, y la secretaria le pasa, a cada instante, llamados desde distintos lugares de la tierra. Antes de empezar la entrevista me pidió un ejemplar del primer número de Surcos. Lo hojeó con poco entusiasmo. “¿Y ustedes están en contra de la globalización?”, preguntó, en referencia a mi artículo sobre el documentalista de la BBC de Londres, Sean Langan. “Querías que te oriente, ¿no? Pero veo que ya estás orientado”, dijo al ver la foto de Chávez con Langan y conmigo. -No, no quiero que me oriente. Vine a entrevistarlo. -No, acá hay un malentendido. Yo pensé que querías que te oriente, no que te dé una entrevista. No hubo forma de convencerlo. Ante la primera pregunta, dijo: “Somos hombres de negocios, no políticos. Somos un medio de comunicación que no hace política”. Y no quiso hablar más. La cancelación de la entrevista revela de qué manera entiende la política y el periodismo el grupo Cisneros. O con ellos, o contra ellos. Igual que los ultrachavistas, sólo que al revés. EN LA OTRA PUNTA de la ciudad, lejos del Altamira Suites, me esperaba Henry Mariño, el Comandante Cero. Y me esperaba en su barrio, el 23 de Enero: cincuenta y seis bloques de edificios, construidos en distintos niveles, que albergan a una cantidad incierta de pobladores de pocos recursos. Allí mandan los Tupamaros: son los ultrachavistas que exigen una radicalización de la revolución boliva-riana. No es fácil llegar a ser un tupamaro. Los aspirantes deben someterse a las indagaciones que hace la Dirección de Inteligencia Tupamara (DIT). “De todos modos, podemos llegar a tener algún infiltrado”, admite Cero. El comandante dice que es muralista, que fue militar, que lo quisieron matar, que estuvo preso varias veces por agitación, que lo torturaron, que tiene cinco mil hombres, que no descarta la posibilidad de ser presidente, que trabajó en el hotel Hilton, que no confiesa sus años por coquetería y que es, por supuesto, un objetivo militar de la oposición. El Comandante Cero original fue el guerrillero nicaragüense Edén Pastora -primero antisomocista y más tarde antisandinista-, pero nuestro Cero no se llama así en honor a él. Simplemente, un día los tupamaros empezaron a ponerse rangos y números. Mariño se graduó de comandante y se numeró. Uno de sus dos incondicionales, Josefina, se puso Cerito. El otro, su guardaespaldas Isaías Martínez -ex campeón nacional de boxeo, peso medio completo-, decidió que no necesitaba número. Cero tiene siete chaquetas militares y confiesa que le gustaría tener más. Son su perdición. El día que nos conocimos llevaba puesta una camisa verde, un chaleco militar con una foto del Che y un pañuelo en la cabeza. Iniciamos una caminata en el Bloque 10. Luego atravesamos El Calvario -es la zona de mayor peligro- y el Paseo de los Mártires, hasta detenernos en La Piedrita. Allí un enorme mural afirma: “Bolívar reivindica la capucha en América Latina”. -Noto cierta distancia suya y de los Tupamaros con respecto a Chávez -le digo. -A nosotros no nos dice nadie lo que tenemos que hacer. Existimos más allá de Chávez, y existiremos cuando él no esté. Los Tupamaros creen que el presidente debería otorgarles más poder, lugares en las listas de candidatos y, claro, las armas. “Nosotros estamos creciendo como nadie y nos deben reconocer el mérito”, afirma Cero. Antes de terminar el recorrido, Cero me lleva a conocer a una de las once mil médicas cubanas que están en Venezuela como parte de un acuerdo entre Chávez y Fidel Castro: petróleo a cambio de profesionales. La relación entre los dos presidentes empezó en La Habana el 14 de diciembre de 1994. Desde entonces, Chávez declara que Castro es “un campeón de las libertades” en el continente, mientras que el cubano lo define a él como “el mayor demócrata de América”. “Son como buenos hermanos”, me indica Cero mientras entramos a la casa de la médica cubana. Bastante tímida y -según explica- sin autorización para hablar con la prensa, Ana -omite además su apellido- trabaja de lunes a viernes. Los fines de semana se reúne con sus colegas y se pone al día. “Vamos a quedarnos el tiempo que sea necesario en Venezuela”, explica. “No tenemos ninguna relación con los médicos venezolanos y tratamos de trabajar de manera independiente. Ellos no nos aceptan.” El primero de mayo pasado, Cero organizó una acción que reunió a un grupo de médicos cubanos y a sus tupamaros. Trabajando juntos, atendieron las consultas médicas de los vecinos del centro de la ciudad. Cerito y otras tupamaras se vistieron de enfermeras. Para llegar hasta donde estaban, tuve que atravesar la marcha de la oposición que recorría la avenida México, y luego la del oficialismo, que subía por la Urdaneta hasta un escenario construido a unos trescientos metros del Palacio de Miraflores. La ciudad, como tantas veces, quedó dividida en dos. Los tupamaros acamparon en la Plaza Olivares, donde era posible que los opositores terminaran su marcha. Cero me contó que tenía información sobre un posible atentado contra Chávez, y que debían prevenirlo. Montaron una precaria carpa con palos de color naranja y una lona blanca. “Si llegan los escuálidos” -así llaman los chavistas a los opositores-, “los masacramos”, me aseguró Jesús, del Bloque 7 del 23 de Enero, vestido con un overol azul y un gorro de lana a pesar de los 34 grados a la sombra. Pero la fiesta transcurrió en paz. Al caer la tarde, Cero decidió llevar a sus tupamaros a la manifestación oficialista. Durante las diez cuadras de marcha, Cerito y él fueron escogiendo las canciones más radicales: “La lucha es de clases, de pobre contra ricos./ Que vengan, que vengan, que vengan, camaradas,/ que acá estamos construyendo la lucha armada”. Acabada la marcha, Cero quiso acompañarme a El Conde para despedirse. No parece un hombre habituado a los hoteles, pero lo descubrí midiéndose con los políticos profesionales del oficialismo. “Esta pelea se define en las calles: ahí ganaremos o nos matarán. ¿Has conocido de alguna pelea importante que se gane en un hotel? ¿O acaso Chávez inició su carrera en un hotel?”, me preguntó, antes volver al 23 de Enero. EL ALTAMIRA SUITES, un hotel cinco estrellas lleno de brillos, espejos y dorados, tiene un portón de entrada muy parecido al de las cárceles de máxima seguridad. El hotel es antichavista desde que en el año 2002 un grupo de generales acampó en la Plaza Altamira -a doscientos metros de allí- en abierto desafío a la autoridad presidencial. Desde entonces, los generales usan las habitaciones y restoranes del lujoso hotel para reunirse, comer y conspirar. El Altamira Suites queda en el este de la ciudad. El este es el punto cardinal de los ricos, de la clase media acomodada, de los restoranes “étnicos”, de los “rollers" y de los centros comerciales. Si en Miami existe un Little Havanna y un Little Buenos Aires, Caracas tiene su Little Miami. Un sábado de mayo, en el bar de la piscina del Altamira, entrevisté a una junta militar: Daniel Comisso, de la Marina y canoso; Néstor González, del Ejército y pelado; y Pedro Pereyra, de la Fuerza Aérea y barbudo. Mar, tierra y cielo del ultrantichavismo. Los tres participaron en el golpe de abril del 2002, son parte del grupo de militares de la Plaza Altamira y quieren sacar a Chávez como sea: por medio de un golpe o, por qué no, mediante un magnicidio. -Este régimen es el mismo que quiso imponer Salvador Allende en Chile -largó Comisso-. Pero mejorado, porque cuenta con el apoyo del Congreso y de un sector de las Fuerzas Armadas. Chávez quiere quedarse para siempre. González pidió un licuado de zanahoria, naranja y remolacha. Y declaró: -Yo prefiero a un Pinochet que a un Castro. -¿Ustedes volverían a dar un golpe? -les pregunté. -No fue un golpe -respondió Comisso. -¿Pero darían uno? -insistí. -Las Fuerzas Armadas deben combatir a este régimen. Lamentablemente, vamos derecho a una guerra civil -dijo González. Y aclaró-: Lamentablemente, no pudimos solucionar nada por la vía pacífica. Atlético y de tez color café con leche, González jugaba con las llaves de su auto y recibía mensajes en su pager. “Están deteniendo a unos soldados en una unidad”, leyó en voz alta. “Y es por no aceptar a los nuevos instructores de educación física, que son cubanos. ¿Te das cuenta de cómo anda la penetración cubana en el Ejército?” -¿Y asesinando a Chávez se resolvería esta situación? -pregunté. -La gente no va a bajar de los cerros -respondió González. -Yo creo que la gente festejaría y estaría más tranquila -apuntó Comisso-. Y Castro perdería a su tesorero. -Muerto el perro, se acabó la rabia -remató Pereyra. CHORONI ES UN PUEBLO de pescadores ubicado a unas cuatro horas de Caracas, y en él se inspira el hit musical Morir en Choroni: “Yo no soy neoliberal,/ tampoco soy comunista,/ sólo soy un mamarracho/ que se las tira de artista./ Quisieron etiquetarme,/ buscando politizarme/ entre marcha y contramarcha,/ para poder pisotearme”. Luego llega el coro: “Ya he tocado el fondo,/ por eso respondo:/ ya he tocado el fondo,/ por eso les digo aquí:/ yo mejor me voy,/ me largo de aquí,/ me van a encontrar/ muerto en Choroni”. Es la canción de los que no están ni con Chávez ni contra Chávez. El consultor de opinión pública Luis Alberto León los llamó “los ni-nis”. Datanálisis -la empresa de León- revela que el 30 por ciento de las personas entrevistadas se declara neutral, independientemente de si aprueba o desaprueba la gestión gubernamental de Chávez. Hasta que se anunció el plebiscito, los ni-nis eran el gran tema de discusión, pues buena parte de los ex chavistas de tendencia progresista se entusiasmaba con la idea de convertirlos en una fuerza política. Ese trabajo quedará para más adelante. El 15 de agosto, todos los venezolanos, incluidos los ni-nis, deberán votar por la continuidad o no del presidente Chávez. El periodista Boris Muñoz fue uno de los primeros en escribir sobre los ni-nis, con quienes simpatiza: “Con el revocatorio acabamos de entrar en una etapa que bien podríamos llamar ‘la caza de los ni-nis’. Chávez y la oposición enfrentan el mismo dilema: como ya no pueden seducir a nadie más, tienen que conquistar y ganarse el voto de aquellos que se sienten cada vez más lejos de la retórica belicosa del gobierno y de la falta de un proyecto de país creíble por parte de los dirigentes de la Coordinadora Democrática. De acuerdo con las encuestas más recientes, si el referendo fuera hoy, Chávez sería derrotado”. En la encuesta donde sale mejor parado, el presidente no supera el 42 por ciento. Nadie sabe con certeza hacia dónde irán los votos de los ni-nis. El gobierno ha sido más suave con ellos que la oposición. Y eso puede suponer una ventaja. O no tanto. “La gran mayoría de los ni-nis van a votar contra Chávez”, sostiene Teodoro Petkoff. Guerrillero en los años 60, ministro de Caldera -uno de los presidentes más reaccionarios que ha tenido Venezuela- y también ex chavista, Petkoff dirige el vespertino opositor Tal Cual. En su oficina, celebra el milagro que ha logrado Chávez: unir a todos los opositores. “El segundo milagro", dice, “es que sigan juntos a pesar de las diferencias. Es una oposición muy diversa que tiene enfrente un esquema muy-muy homogéneo: la línea la marca Chávez. Y no es que tenga un grupo de duros y otros de blandos. El primer Chávez era sincero y eso le permitió tocar las fibras íntimas del país. Él mantiene el vínculo afectivo y emocional con ese país y sabe manipular el sentimiento. Ahora, además de su ineficacia, Chávez ha sacado de sus casillas a medio país. Ahora, aquí, las partes tienen que negociar. No hay otra salida.” Ni la OEA, ni el grupo de países amigos de Venezuela integrado por Brasil, Chile, España, Estados Unidos y México, han conseguido que las partes se sienten a conversar. Que elaboren una agenda común. El plebiscito garantizará un resultado, pero no resolverá la crisis venezolana. Desde que el gobierno anunció su realización, la crispación no ha bajado. Chávez asegura que sus adversarios sacarán apenas un 20 por ciento de los votos; la oposición, a pesar de sus diferencias internas, dice que esta vez terminará con el presidente. Por un buen tiempo, la oficina de Bernal seguirá en penumbras por miedo a los francotiradores y el dormitorio de Peña no será el sitio ideal para la siesta de la tarde. 23
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